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Cuenta la historia, que en una de tantas reuniones que hacían los vecinos para ponerse de acuerdo para hacer las obras en mejora de los pobladores del barrio; de entre ellos, surgió la idea de construir unos lavaderos públicos, para aprovechar el agua del manantial, y evitar la pena a las señoras lavar en las piedras acondicionadas para tal labor.
El proyecto estaba a cargo de un albañil de Tlatempa y el apoyo de los vecinos, principalmente de la familia Rosas Becerra, quienes vivían en la casona del rancho ubicada ahora con Libertad numero 27; con la condición de que posteriormente les surtieran de agua a la casa. Con tal de beneficiar a la mayoría de la población, se aceptó y se comenzaron a realizar los trabajos.
La construcción consistía en la construcción de 2 canales paralelos en piedra caliza, que servirían de colectores de aguas residuales. Sobre estos, se formaron un cubo de piedra con una laja de piedra para formar los lavaderos, dejando un espacio en el centro para conformar con los 30 lavaderos, 15 de cada lado, la pila o tanque para almacenar el agua. Los lavaderos fueron colocados en zig-zag, a manera de que al lavar, permita tomar el agua del tanque con la mano derecha.
Se emparejó el espacio donde actualmente están, y al realizarse las primeras excavaciones, se encontraron con un monolito de aproximadamente de 60 centímetros de alto y 40 kilos de peso. Tenía la forma de una persona aparrada, con ojos grandes y rasgos brutescos, parecía un antiguo Dios prehispánico. Pues para continuar con la obra removieron la piedra, y la arrumbaron en la Escuela Rural Primaria “Josefa ortiz de Domínguez”, a ver si el maestro de la misma, podían decir de qué se trataba. Él explicó que era un vestigio de la cultura náhuatl, y que probablemente este lugar sería un centro ceremonial dedicado a Tlaloc, Dios de la lluvia, pero no parecía a su estatua original. Así que la gente, no se convenció y la ignoró.
Al poco tiempo de arrumbarla, fueron apareciendo varias estatuas similares a la encontrada primeramente, y al final sumaron siete. Fue extraño, pero se volvió incrédulo a la comunidad haber encontrado tales vestigios, pero la gente no imaginaba lo que les deparaba el destino por su ignorancia y falta de apreciación de la devoción prehispánica. Lejos de un par de semanas, el chorro de agua repentinamente fue disminuyendo. De las 4 pulgadas, en un par de días había mermado a una sola, y otros días más tarde casi desaparece. La gente no lo podía creer, el agua ya no quería salir, pero el pensamiento de nuestros ancestros, los hizo caer que se trataba de un hecho divino, atribuido a los dioses prehispánicos encontrados en el lugar, molestos de haberlos despertados de su descanso.
Sin más preámbulos, se tomó la decisión de hacer una ceremonia y regresarlos a su lugar, claro ya no en el mismo, pero si alrededor del manantial. En cuanto se hizo el ritual con flores, copal, incienso y rezos, se sepultaron, otros fueron al cerro del Tezontle en Jicolapa, porque según se creía que el agua venía de forma subterránea desde el cerro; pero bien, por medio de tambores y danzas atrajeron el agua. Realizado esto, no quedó nada más que hacer, sino a esperar a ver que sucedía. No de balde la experiencia de nuestra gente la ceremonia resultó, poco a poco el agua volvió a brotar y cuestión de semanas, el agua volvió a su chorro original.
De ahí en adelante, en las memorias de los pobladores, existe la creencia que si alguien se atreviese a desenterrarse o robarse las piezas, los dioses prehispánicos se vengarán quitando el agua, que tanto beneficio da a los vecinos y gente de todo el municipio, que día a día nos visita para lavar o acarrear agua para su arte culinaria.
Anónimo
Los Lavaderos
Al construir los lavaderos, según las creencias, se construyeron tres cruces para custodiar al manantial de Atzingo, ya que mucha gente aseguraba haber visto la aparición de figuras fantasmales alrededor del agua, más de un hombre vestido de charro sobre una canoa. Con el fin de guardar del mal este lugar santo, a principios del siglo XX, tras la visita de unos monjes al barrio, dieron unas pláticas y realizaron obras espirituales e impartición de los santos sacramentos a los lugareños. Invitaron a nuestros ancestros a construir unas cruces para alejar los malos espíritus del lugar, y acabar con los rumores y las historias maléficas.
Se dice que los materiales (arena y cantera) fueron sacados de la mina del Ticol por el rumbo de Ameyalco, y que los albañiles que hicieron las cruces venían de la Sierra. Cuando fueron terminadas de construir las cruces monumentales, ya que miden los 2.50 metros, fueron bendecidas por los misioneros, y encomendadas al todo poderoso, comprometiendo a los vecinos a hacerle su fiesta el 3 de mayo. Después de la bendición, dicen que los albañiles y curanderos del pueblo hicieron una profecía para protegerlas de los desalmados que se atrevieran a destruirlas, ya que habían escuchado la desgracia de la Cruz de Tlatempa. Como fueron construidas de forma estratégica: una al norte, otra al Sur, y una más al poniente; lugares de donde los malos espíritus salen y mueren con la salida del sol. La profecía decía que si alguna de las 3 fuera destruida, los vientos que detenía azotaran al pueblo.
A finales de la década de los 70, vecinos del lugar entre ellos Don Jerónimo Nava y Pedro Luna, a petición de otros para la ampliación del camino, decidieron derribar la Cruz del Norte para dar amplitud a la calle, con la intención de reconstruirla más al fondo. Pero no lo hicieron, en su lugar construyeron una ermita con la imagen en azulejo de la virgen de San Juan de los Lagos.
No se hubiera hecho esto, porque los vientos y las lluvias azotaron la población con gran fuerza, a tal grado de llegar los quince días sin parar, hasta que sus pobladores se arrepintieran de sus actos. Rezos, súplicas, veladoras, flores y plegarias, se hicieron en todos los hogares para que parara la tempestad. Al fin cedió. Este triste momento lo recuerda la comunidad con mucho sentimiento, porque ante la protesta de unos y el apoyo de otros, se destruyó un monumento inigualable, que ya no volvió a ser lo mismo. La memoria de nuestros abuelos recuerda con tristeza y temor esta masacre, y por escarmiento, se conservan todavía 2 y los lavaderos públicos; porque a lo largo de los años se ha destruido parte del conjunto arquitectónico: una capilla, una cruz monumental, una fuente de agua, 3 pozos de agua y un empedrado. De lo que queda, se guarda todavía la espinita de conservarlos, porque podríamos tener otra sorpresa al intentar derribarlos.
Anónimo
Las tres cruces
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